por: Ricardo Cadavid
Leí un titular de prensa que decía: “Vamos a hacer una gran apuesta por la educación” y en ese momento comprendí que las campañas políticas se empiezan a calentar, porque aparecen por todos los rincones una cantidad voraz de apostadores; una caterva de tahúres, jugadores de dados, mezcladores de naipes, repartidores de cartas, adivinadores de acertijos electorales, profetas que posan de estadistas con olor a alcanfor, amigos del famoso “¿Dónde está la bolita?”, prestidigitadores de la desgracia y clarividentes del apocalíptico octubre negro que se avecina.
Lo que me llama la atención de la cantidad de tahúres improvisados es, precisamente, la palabra “apuesta”; una muletilla exagerada que acompaña las declaraciones de políticos y funcionarios. Debemos tener claro que una apuesta es un compromiso basado en el azar, no en el trabajo; donde existen al menos dos apostadores: uno gana y el otro pierde (se supone). Sin embargo, en Colombia, las apuestas de los políticos a sueldo suelen tener varios apostadores y, por lo general, todos ganan. Incluso apuestan entre varios y concilian “acuerdos programáticos” en el que circula el dinerillo; unos bajan, otros suben, y el único que pierde siempre es el ciudadano, quien le apostó al político que dijo que cumpliría y, por supuesto, no cumplió.
Quiero invitarles para que en estas elecciones dejemos de hacer “apuestas por…”, ya que nuestra amada Ibagué ha perdido todas las apuestas. Llevamos haciendo “apuestas por la paz”, y creo que nos va mejor jugando guayabita. Hicimos “apuestas por la seguridad” y hoy te atracan o te asesinan en la puerta de tu casa; nos iría mejor jugando pirinola. Hemos hecho “apuestas por la calidad educativa”, y nuestros estudiantes llevan exiliados de sus colegios más de seis años, esperando una infraestructura moderna que no llega; hubiera sido mejor jugar a la Rayuela. Hemos hecho “apuestas por la salud” y las hemos perdido esperando, durante meses, la cita con un especialista. Hemos hecho “apuestas por la movilidad” mientras la malla vial se convierte en una afrenta y nuestros grandes proyectos de movilidad pretenden trasladar los trancones, un par de cuadras más adelante; lo que demuestra, una vez más, que el azar es cuestión de suerte y no de cerebro.
Hemos hecho “apuestas por el deporte y la recreación”, pero también las perdimos y nuestros parques están convertidos en vergonzosos chiqueros. Son muchas las apuestas que hemos perdido, la del empleo digno, la de la seguridad ciudadana, la del internet en las escuelas rurales, la del espacio público, la de sistema estratégico de transporte, la del desarrollo económico, la del turismo, la de la cultura. La lista es interminable.
Mi abuela decía que apostar es de vagos, asi que, este año, en vez de “apostar”, trabajemos juntos. No piensen más en candidatos y gobernantes que le apuesten a todo. Ese cara y sello lo perdimos hace rato. En estas elecciones busquemos gente capaz y trabajadora, que, en lugar de apuestas, hagan verdaderos compromisos con la ciudad y tengan la capacidad intelectual, espiritual y la fuerza de voluntad requerida para cumplirlos, porque si seguimos apostando, vamos a perder hasta el tamal que reparten el día de elecciones y, como dice la chancera: ¡Suerte es que les digo!