Se le escapa de las manos la cuarta estrella al equipo Vinotinto y oro

Una mala racha que el Deportes Tolima no puede romper que es perder en su propia casa y tras esto pierde una nueva final

La historia del Tolima sigue condenando al estadio Manuel Murillo Toro, su casa en la ‘ciudad musical’: cada que vez que el equipo pijao tuvo que disputar un título en su casa, se le fue de las manos y esta vez no fue la excepción tras enfrentar al equipo verdolaga en el primer semestre del año 2022.

El Deportes Tolima, este domingo perdió su tercera final de la Liga en casa, de tres jugadas, y la segunda consecutiva. Una especie de maldición que, si bien se creía finita con el trofeo de la Superliga, volvió a aparecer para destrozar los corazones de más de 28.000 fieles presentes en las tribunas del Murillo Toro, y un millón más en el departamento. 

La maldición del Murillo Toro cumple 15 años, pues fue en 2006 la primera vez que Tolima jugó el partido definitivo de una final en condición de local. Cúcuta Deportivo, dirigido por Jorge Luis Pinto, empató 1-1 en Ibagué e hizo valer el triunfo 1-0 en su casa para coronarse campeón en el Murillo Toro. En 2019, Tolima jugó la Superliga contra Junior: en Barranquilla ganó el pijao 1-2, pero en Ibagué el triunfo fue tiburón 0-1 y en los penaltis le arrebató el título al Vinotinto y oro. Las otras veces que Tolima perdió una final, o incluso las ocasiones en las que ganó títulos, fue cerrando como visitante. Así, se fortalece la maldición del Manuel Murillo Toro.

Nunca antes un revés de estas magnitudes había tenido culpables tan claros: el técnico Hernán Torres Oliveros, quien falló en la escogencia de hombres claves en la nómina; el arquero Alexander Domínguez, responsable en dos de los tres goles convertidos por Atlético Nacional en el choque de ida, en el Atanasio Girardot; y el volante Daniel Cataño, quien erró penal y se hizo expulsar en la ‘vuelta’.

De arranque, el ‘Vinotinto y Oro’ fue un torbellino que se fue encima de su rival, para arrasar con todo a su paso. Y, por lo menos, metió miedo en su adversario, al que se le vio errático en la entrega del esférico e incapaz de salir con el balón en sus pies. Y que, sin exagerar, se vio sometido por el dueño de casa, que no lo dejó ni respirar para buscar al menos una salida más limpia en su juego.

 

 

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